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Luis Rodríguez, educador con Síndrome de Down.

Luis es el primer educador del colegio Nuestra Señora de Andacollo con Síndrome de Down. Su historia es una muestra de las diversas formas en que se manifiesta la inclusión.



Está de pie frente al curso. Viste un delantal blanco, que en el pecho dice “Luis Rodríguez, Asistente en Educación de Párvulos, Instituto Profesional de Chile”. La sala es de kínder y Luis pregunta: soy una vieja larga y seca, que le corre la manteca, ¿quién soy? Los niños y las niñas gritan la respuesta, felices. Les simpatiza el tío Luis. Toda la comunidad del colegio Nuestra Señora de Andacollo lo define como alguien especial. Único. Y lo es: Luis es el primer educador del colegio con Síndrome de Down.

Luis Rodríguez tiene 23 años y es practicante. De lunes a viernes, de ocho de la mañana a tres de la tarde, trabaja con el kínder A, apoyando las actividades del curso. Estudia en el IP de Chile y no ha sido fácil. Estudiar es una dificultad concreta para Luis. Para avanzar en la carrera y rendir bien en la práctica, lo acompaña un tutor especial, con quien se junta todas las semanas.

Terminar cuarto medio también costó. Los papás de Luis no querían un establecimiento especial, siempre buscaron la inclusión. Preguntaron en el San Ignacio. Allí, un cura les dijo: si este colegio es pro inclusión social, también es pro inclusión cognitiva. Luis necesitó clases especiales y a veces debía estudiar separado de sus amigos. Se esforzó mucho, tanto, que el día de su graduación, cuando caminó hacia el escenario a recibir su licenciatura, el colegio entero se paró a aplaudirlo.

Luis es uno de los hijos mayores en una familia numerosa. Siempre ayudó a su mamá a cuidar a sus hermanos más chicos. Tiene una sensibilidad especial con ellos. Por eso, eligió una carrera vinculada con los niños y niñas. Sin embargo, la ignorancia genera desconfianza, y cuando Luis llegó al colegio a realizar su práctica profesional, varias mamás y papás lo miraron con temor.

Maximiliano, el hijo de Linda Cofré, hablaba mucho del tío Luis. Decía que le fascinaba porque le ayudaba con las tareas y después, en el recreo, corría con él en el patio. “Mi marido empezó con los resquemores. ¿Quién es este tío Luis? ¿Por qué es hombre? ¿Por qué es distinto?”, cuenta Linda. Otras mamás también manifestaron sus dudas, por teléfono o en el chat del curso, en WhatsApp.

Linda no estaba para supuestos. Fue con su marido al colegio y preguntó todo lo que quería saber. La profesora que les recibió explicó lo obvio, lo real: Luis es estudiante y necesita hacer su práctica. Tan simple como eso. Entonces estos papás reflexionaron: es verdad, no porque alguien sea distinto necesariamente es malo. Y se quedaron en paz.

Sin embargo, en esta historia, Linda y su marido no fueron los únicos que tuvieron miedo de mezclarse.

Otras formas de segregación

La infancia de Luis fue privilegiada. Creció en La Reina, estudió en un colegio privado, sus papás son profesionales. Cuando salió del colegio y entró al Instituto Profesional de Chile, se dio cuenta de que la vida no era así para toda la gente.

Luis lo recuerda así:

–Fue raro al principio. Conocer gente de Maipú, de Buin. Pensaba, quiero estar con mis amigos, no con ellos. Además, soy el único hombre y muchas mujeres son mayores que yo. Todas con problemas duros, son mamás, no tienen plata. Fue un proceso largo, pero fue bueno. ¿Has visto "Pituca sin Lucas"? Fue así, vi la realidad de Chile. Alguien puede decir “oh, qué flaite”. Yo digo, oye, para, te falta conocerla y verás que es buena onda.

Beatriz Gutiérrez, mamá de Luis, acompañó todo ese proceso de descubrimiento.

–Este país es tan desigual que la educación técnica no es una alternativa para todos, sino para los más pobres. Con plata puedes estudiar en cualquier universidad. Luis se encontró con realidades difíciles para él. En un entorno social distinto y el único hombre. Se dio cuenta de que él, que se había sentido siempre único y distinto, en el instituto era una persona más, junto a muchas otras, que también hacen grandes esfuerzos para participar en la sociedad.

En ambos casos, fue el encuentro, la mezcla, lo que derribó los mitos, lo que permitió afianzar relaciones humanas basadas en la confianza y en el reconocimiento del otro.

Luis Márquez, director del colegio Nuestra Señora de Andacollo –donde Luis Rodríguez realiza su práctica–, explica que en su comunidad educativa intencionan día a día el respeto y la inclusión. En todo orden de cosas. Abriendo sus puertas a estudiantes con necesidades educativas especiales, impulsando la inclusión laboral o respetando la diversidad sexual. Es política del colegio que las niñas que son pololas no limiten su cariño, sino que cumplan con las mismas normas que cualquier otra pareja dentro del establecimiento. 

"Hay que tener cuidado con creer que la inclusión sucede cuando la familia la impulsa", reflexiona Beatriz, mamá de Luis. "La inclusión es algo que necesitamos instalar en la cultura. Llamo a las instituciones escolares y universitarias a mirar esta experiencia. A ver que los más jóvenes han demostrado capacidad cognitiva y sus pares han demostrado entender y aceptar esa diferencia. Somos los adultos y las instituciones quienes aún necesitamos dar ese salto".

Y Magaly Sepúlveda, asesora del Centro de Liderazgo Educativo de  Educación 2020, añade: "cuando hablamos de inclusión, hay que abandonar el estereotipo de que solamente algunas personas necesitan una acción dirigida". Es decir: todas las personas somos distintas y estas diferencias serán visibilizadas y atendidas en algún minuto. Para Magaly, la escuela es el espacio ideal para naturalizar la inclusión como forma de relacionarse. No hablar de inclusión, sino vivirla. 

FUENTE: http://www.educacion2020.cl/